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Por qué apadrino un niño en tiempos de crisis

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Por Beatriz Mendoza

Al principio del año, la recesión aún no había afectado mi estado financiero; por eso hice un viaje a mi país natal de Colombia. Estando ahí, decidí tomar un día para escaparme de todos los encuentros con mis amigos y familiares – lo cual es la norma al regresar a mi país como expatriada – y conocer a mi niño apadrinado, Brayan. Fue una de las mejores decisiones que he tomado desde hace mucho tiempo. No me vació los bolsillos y ciertamente dejó un depósito de risa en mi cuenta bancaria espiritual.

Me había enterado de las condiciones de vida de Brayan, de 12 años de edad, con la información proporcionada por Children International. Pero al haber crecido en un país del tercer mundo y haber estado en contacto con la pobreza extrema, inicialmente pensé que su situación no era tan mala; la ficha familiar de Brayan decía que él vivía en una casa de concreto con agua potable y alcantarillado – algo que muchos niños pobres no tienen. Luego fui a su casa…

Una inversión que vale la pena

La pequeña estructura de una sola planta estaba ubicada en uno de los barrios más pobres de Barranquilla. El amable conductor contratado por Children International navegó un laberinto de calles de tierra para alcanzarla.

La madre y las hermanas de Brayan esperaban con emoción nuestra llegada. Su hermana mayor Jessica, de 22 años de edad, tiene dos hijos propios (de 3 y 4 años), y es la responsabilidad de Brayan cuidarlos. Su otra hermana, Mayerlin, tiene 14 años y nos acompañó en las actividades del día.

En la diminuta sala/comedor/cocina, me enteré de que Esneda, la madre de Brayan, era una madre soltera que apenas podía trabajar de empleada doméstica porque sufre de síndrome del túnel carpiano, producto de muchos años de arduo trabajo en una fábrica de procesamiento de pescado (sin ninguna indemnización laboral, por supuesto). Ella me dijo cómo sobreviven con los ingresos escasos de Fader, su hermano mayor quien trabaja de albañil. Luego me mostró la casa – o sea, un dormitorio, un baño y el patio. Dos camas matrimoniales que parecían estar a punto de colapsar era lo único que la familia tenía para acomodar a todos los familiares mencionados anteriormente.

La parte trasera de la casa de Brayan da a un arroyo contaminado, donde la gente bota basura. El hedor era abrumador. Sin embargo eso no era lo peor: pequeñas multitudes de traficantes y consumidores de drogas – en su mayoría jóvenes – suben y bajan por el arroyo, desperdiciando sus vidas.

Por un día, tuve la oportunidad de llevarme a Brayan lejos de todo esto. Lo llevé de compras y, por un momento, Brayan se veía como un guapo modelo entrando y saliendo del vestidor mientras le buscábamos un traje perfecto. Después cruzamos la calle en busca de zapatos, seguido por un almuerzo estilo bufé en un lindo restaurante. Más tarde decidimos ir a una pista de patinaje de hielo, lo cual pensé que era irónico dado el clima tropical de Barranquilla. Nos divertimos y Brayan resultó ser un excelente patinador.

Durante la visita, Brayan se mostró muy respetuoso y tímido la mayor parte del tiempo, respondiendo a mis preguntas una palabra a la vez. Pero hacia el final, su graciosa personalidad empezó a brillar.

El tiempo vuela, y nunca tuve la oportunidad de verlo bailar champeta ni su habilidad de hacer malabarismos con la pelota de fútbol azul que le traje de regalo. No obstante, sí tuve la oportunidad de aconsejarle que permaneciera en la escuela y estudiara mucho. Cuando finalmente regresamos a su pequeña casa azul, fue difícil devolverlo a esta realidad afectada por la pobreza mientras que yo volvía a mi buena vida.

La mejor recompensa

En este tiempo de crisis económica, es posible que tengamos ganas de quejarnos por la falta de dinero. Pero éste es solamente un ciclo – un bache en el camino. Para millones de niños alrededor del mundo, sus vidas cotidianas se encuentran en una crisis constante: “¿Qué vamos a comer hoy? ¿Tengo que compartir mi cama rota con mi hermana? ¿Tengo que caminar 30 minutos bajo el sol abrasador para llegar a la escuela?”

Ahora que me encuentro sin empleo y necesito reanalizar mis hábitos de compra, la solución lógica sería suspender mis contribuciones caritativas. Sin embargo no puedo hacerlo. No importa cuán mala sea mi situación, ésta no se compara con lo que Brayan debe vivir. El darle esperanza, el ver las fotos del maravilloso rato que pasamos juntos, es lo que me mantiene con ánimo durante estos tiempos difíciles. Y con cada día que apadrino a Brayan, estoy aumentando la riqueza espiritual en la cuenta bancaria de mi alma.

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